En alguna ocasión anterior comenté que mis orígenes no son urbanos , sino rurales, aunque puedo certificar que soy la única de seis hermanos que vino al mundo mediante un parto medicalizado en el hospital.
Hoy por hoy, estoy encantada con mi pueblo, creo que el haber crecido allí ha moldeado mi persona de un modo particular. Pero tengo que reconocer que en cierta etapa de mi vida, léase adolescencia (= edad del pavo o de la tontería más remota) no estuve nada conforme con el hecho de que me hubiese tocado vivir en el campo.
Yo anhelaba la ciudad y LA CIUDAD, así con mayúsculas, para mí, era "La Coruña".
Era el lugar ideal dónde podías encontrar todo lo que se te antojase y más, dónde la diversión no tenía límite y por lo tanto el aburrimiento que tantas veces se hacía presente en mi pueblo, no existía. A pesar de que sólo hay una distancia de 30 km, quizá entonces algo más, ya que, no había autopista, me parecía tremendamente lejana. Mis pocas visitas a La Coruña se reducían a las excursiones organizadas del cole en EGB y el destino era siempre el mismo : el Castillo de San Antón o la Casa de las Ciencias.
Rememoro también otra excursión en 1º de BUP, aunque no tengo tan claro el fin de la visita que realizamos, pero recuerdo haber disfrutado de un gran día en el que pudimos estar a nuestra bola por la ciudad, que por cierto me pareció inmensa. Con el tiempo y cada vez que ahorraba unas pesetas, me acercaba hasta el centro comercial y me regalaba un día de compras.
El azar se cruzó en mi camino y años más tarde conocí al hombre que hoy es mi marido: coruñés de pura cepa, y de Monte Alto, como dice él. Junto a él disfrute de mi anhelada ciudad durante varios años de noviazgo y tras nuestro matrimonio, hace casi nueve años, sigo disfrutando día a día de este bello lugar. De hecho, el pasado sábado me descubrió un par de parajes cuya existencia desconocía, y el sentimiento de admiración que causó en mí su contemplación fué tan profundo que todavía hoy al recordarlo me sorprendo.
Esta mañana, como tantas otras, iba caminando hacia mi trabajo. Apenas había tráfico en la calle, el sol empezaba a mostrarse perezoso y el paseo marítimo brindaba silencio a las personas que como yo nos dirigíamos a algún destino. Sin detener el paso mis ojos contemplaban el mar y su belleza, mientras escuchaba el batir de las olas y los graznidos de las gaviotas. Fueron cinco minutos maravillosos en los que disfruté de la paz más absoluta. Al tiempo pensaba lo afortunada que soy, la suerte que tengo por disfrutar de esta ciudad cada día.